jueves, 12 de marzo de 2009

NOTA FINAL

No se culpe nadie por lo inevitable. Eso es lo más importante: esta no es una decisión tomada en un solo momento de desesperación o tristeza, sino algo que llevo mucho tiempo maquinando. Desde hace más de quince años que la idea de acabar con mi vida ha estado presente, muchas veces con poderoso empeño y recta intención. Y ha sido mi deseo supremo, mi máxima prueba y mi más profundo anhelo desde hace por lo menos diez años. Tantas veces que me dije que me suicidaría antes de los veinte. Y no lo hice, tal vez por indolencia, miedo, falta de convicción, o simplemente porque luego sentí que no era el momento. Pero el deseo de auto aniquilación siguió, permanente, inseparable de mi esencia y de mi forma de ver el mundo. Esto lo digo para que nadie piense que es culpable: nada se pudo haber hecho para cambiar mi posición frente a la vida humana. Nadie debe pensar que me hirió, o que pudo haber hecho algo para evitar mi suicidio. Nada pudo haber hecho; ni palabras y actos bienhechores, porque simplemente mi deseo más profundo no se debe a un momento de angustia, todo lo contrario, la sola idea de mi muerte venidera me llena de regocijo. Deben saber, de una buena vez, que muero feliz, FELIZ!. Esta es una extraña felicidad que me embarga completamente, ante la sola idea de morir por mano propia, de hacer ejercicio de mi más poderosa voluntad: elegir el momento, el lugar y la forma de mi muerte, algo que considero que es la máxima expresión de la soberanía del ser humano sobre el azar. No hay ninguna palabra que pudieran haber dicho, ni un gesto o un acto. No hay ayuda que hubieran podido darme, por una simple razón: no necesito ni necesité ayuda de ninguna clase. Lo hago con la más poderosa convicción, pues creo que el suicidio es la más noble de las muertes, en especial si uno la escoge, no en un momento de desesperada tristeza o por problemas agobiantes, sino, por sobre todo, como un acto voluntario, un impulso de la verdadera voluntad, un acto filosófico que demuestra que se tiene la capacidad de escoger no morir por accidente, sino por mano y deseo propios. Es de capital importancia que nadie se eche la culpa de mis decisiones, que son lógicas y llenas de sentido, aunque tal vez con una cadena de pensamientos que no será fácilmente comprendida por quien no haya leído, investigado ni meditado sobre el vacío, la nada y el absurdo que rige toda existencia humana.

Una vez más: nada pueden hacer para que cambie de opinión, pues esta se ha forjado a lo largo de años de pensar y reflexionar, y no surge de un inesperado impulso. Mi suicidio es, quizá, lo menos impulsivo que he hecho en mi vida. Y, para demostrarlo, dejo claro que todo este tiempo lo he ocultado con excelente resultado, pues mis planes han sido meditados poco a poco. He decidido hacer de mi muerte lo que yo quiera, siguiendo la Ley de Aleister Crowley: Has lo que quieras, esa es la única ley. “El hombre tiene derecho de vivir según su propia ley, de vivir del modo en que quiera hacerlo, de trabajar como quiera, de actuar como quiera, de descansar como quiera, de morir cuando y como quiera.”
Entiéndase muy bien esto: deseo con toda mi alma ejercer mi libertad de morir cuando quiera y como yo lo desee. Mi trabajo fundamental de los últimos años ha sido perfeccionar el modo en que moriré, es la forma que yo he adoptado para actuar, descansar con la muerte y morir por mano propia. A lo largo de mi vida he buscado mil y un caminos de espiritualidad. He leído muchísimo sobre las diversas religiones, en especial el aspecto místico de estas. Me he unido a grupos de oración, a centros de meditación, a templos de alabanza como el hinduismo, he practicado artes marciales, he sido un cultor de la Magia Ceremonial, he estudiado la cábala, el Tarot, las Runas, las escuelas gnósticas, la Masonería. Ha sido una larga búqueda, y de cada una he sacado aquello que más me ha convenido o maravillado. Y siempre he llegado a la misma conclusión: Dios trabaja en el silencio, en la nada, en el vacío. La existencia es absurda y se centra en el vacío y la nulidad de todo trabajo. El ser humano vive una larga vida de torpe sufrimiento y torpe alegría, todo para llegar a ser polvo y nada más. Algún día moriremos, eso es lo único que podemos saber con total certeza. Y toda la vida de sacrificios y esfuerzos lleva a ese día en que la muerte aparezca, sin previo aviso. Y todos los años dedicados a vivir habrán resultado vanos e inútiles. Muchos dirán: pero el recuerdo que queda de tu vida es lo que importa. Pero yo digo: en cien años, nadie sabrá quiénes fuimos, en quinientos, nuestros nombres y nuestras vidas serán olvidados definitivamente. Pero alguien dirá: ¿y qué hay de quienes han hecho historia? Y yo digo: ellos no son recordados, lo que se recuerda es una imagen de ellos, una ilusión. Y alguien dirá ¿cuál es la importancia de ser recordado? Y yo digo: ninguna. Por eso mismo. La vida no tiene importancia alguna, es solo una mota de polvo en el viento, una gota perdida en un inmenso océano de absurdo. Entonces la muerte es la única vía verdadera. Y qué mejor que ésta no sea sorpresiva e imprevista, sino todo lo contrario: preparada de antemano, perfeccionada, estetizada, teatralizada, anticipada. Pienso que la nada que sobreviene a la muerte es lo que más deseo. Y prefiero que venga cuando yo lo decida, no cuando un fruto del azar lo proponga. Entiéndalo bien: mi muerte ha sido muy meditada, y es algo que me llena de felicidad. NO sean egoístas al llorarme. Es mi camino, mi decisión. Cada quien elige lo que desea, y yo he deseado la muerte por años. Sientan que me fui a otro país, a estudiar, o lo que sea. Pero entiendan que he hecho lo que he querido siempre, que realizo mi máximo deseo, mi más profundo anhelo. Sepan que muero feliz. Y sé que mucho me acusarán de egoísmo por matarme, pero entiendan que es el camino de mi propia vida/muerte, y que nadie más puede decidir sobre él, nadie más que yo. Y si mi partida afecta a alguien (cosa que espero, con gran ansia, que no sea), si ocurre eso, entonces será una prueba más, un peldaño en la vida de esa persona para que experimente el aprendizaje, es una experiencia de la cual deberá comprender lo mas importante: la vida apunta a la muerte, no importa si la deseamos o no. Y no digo que todo el mundo deba suicidarse, ese es un camino muy personal. Otras personas decidirán que su vida es importante y que deben vivir hasta que el destino, dios, o como quieran llamarlo lo decida. Y está bien. Pero mi muerte deberá ser una muestra de que la desaparición está en cada rincón de nuestra existencia. Es una lección de no aferrarnos a nada ni a nadie: cosas materiales, personas, vida, ilusiones, amor, deseos… todo desaparece con el tiempo. La vida está hecha de estos vaivenes y debemos aceptarlos tal y como vienen. En mi caso, acepto la vida como es, pero mi voluntad y mi pensamiento me dicen que debo aceptar mi propia realidad: la muerte por mi mano, el destino final de mi vida es el suicidio. Y eso lo he sabido desde niño (siempre supe que yo me mataría). A todos mis seres cercanos, familia y amigos: sus vidas las pueden encaminar hacia donde lo deseen, por favor, acepten que yo halla hecho lo mismo. Estén orgullosos de que haya realizado mi mayor deseo. Mi madre: te amo, y espero que entiendas que esto es lo que quiero y, aunque no lo compartas, entiende que es mi forma de pensar y sentir. Gracias a ti, la vida ha sido llevadera y solo por ti no reclamo ninguna injusticia, pues eres lo mejor que me pudo haber pasado. Pero mi mente es curiosa y me llevó a leer con asiduidad tanta filosofía del absurdo, que mis reflexiones me han revelado lo que para mí es la gran verdad: morir por mano propia es la mejor forma de morir, sin enfermedad o desastrosa agonía.

Cuánto admiro a los más grandes suicidas de la historia, y la maravillosa fuerza y el empuje que tuvieron. Algunos, por defender sus creencias, otros, por mostrar honor, otros, porque era una forma de demostrar su convicción: averigüen sobre ellos y podrán ver lo impresionante, lo épico de sus hazañas: todos se suicidaron por una gran razón: desde la mitología, en la que destacan Áyax Telamonio , Heracles (Hércules), y Roustán el héroe de Ferdusi. En la historia, quién puede olvidar a Sócrates, al gran Séneca, a Yukio Mishima, a Yasunari Kawabata, a los 47 ronin de la historia japonesa, a Tchaikovsky, y a tantos otros grandes hombres. En la literatura, los libros que mejor hablan sobre mi postura frente al suicidio, son El Árbol de la Ciencia, de Pío Baroja, en el que el personaje se suicida por razones perfectamente afines a las mías, o Caballos desbocados, de Yukio Mishima, en la que la escena de suicidio del protagonista es lo más delicioso que he leído en años.

Entiendan, pues, que mi muerte es premeditada desde hace años, y que he planeado meticulosamente cada detalle. No me mato por depresión, o por fanatismo ni nada. Tanto he leído que es imposible que alguien con mi conocimiento se vuelva fanático de una secta o religión. Es una conclusión, más bien, la que me lleva al suicidio: el hecho de saber que la muerte incidental es torpe, mas la muerte por mano propia, en el lugar y de la forma que uno desee, en el momento en que uno se sienta preparado, es elegante y pertinente. El hecho de saber que la vida no tiene razón de ser más que la muerte y la nada, y el hecho de aceptar aquel hecho y permitir que la voluntad sea la que decida definitivamente, más que el capricho del azar. Pienso que mi destino es demostrar que mi máximo poder reside en decidir la hora y la forma de mi propia muerte. No es el camino de todos, no es lo que todos deben hacer, esto es algo que solo yo debo emprender. Otros tendrán otros caminos: una familia, un trabajo. Yo tengo el suicidio. Y aquellos que pierden mi presencia, sepan que no es más que una lección: todo se desvanece, tarde o temprano, y debemos aceptarlo. La vida es una pérdida tras otra, y debemos aceptar ese hecho con serenidad. Yo lo hago. Lo acepto con la máxima prueba: renegar de mi propia existencia, deshacerme de lo único que en verdad tengo: la vida. Este es el desapego máximo, la demostración suprema de mi forma de concebir el mundo: la vida es aceptar lo que viene con serenidad, y aceptar perderlo todo, sin derramar una lágrima. Y eso es lo que hago: muero feliz.

La muerte me encanta: por eso colecciono cráneos y lo mejor de la literatura, para mí, son aquellos textos que se centran en la muerte. Y he sido cauteloso al escoger la mía: un ritual de Alta Maga Ceremonial para dar un toque estético, mi traje de mago, con túnica, para dar el toque esotérico; un brindis final, para dar un toque teatral al momento de beber el veneno (soy un esteta y creo que la única salvación posible para el ser humano no radica en la moral ni en la ética, sino en la belleza y la estética del arte. De hecho, en varias ocasiones, lo único que detuvo mi mano suicida, lo único que me mantuvo vivo, fue el deseo de leer buena literatura. Debo decir que en varias ocasiones, seguí vivo gracias a determinados libros, que me hicieron apreciar lo bello de la vida y la necesidad de vivir un poco más: el deleite de magníficos libros como En busca del Tiempo Perdido, de Marcel Proust, o los testos de Borges, Cortázar, Mishima, Cervantes, Shakespeare, las novelas de caballería, el Bestiario de Cristo o las novelas de Hoffmasnn, fue lo que prolongó mi vida en más de una ocasión. Esos libros, lo diré aunque suene cursi, salvaron mi vida muchas veces, pues no me suicidé solo porque quería terminarlos. Pienso que en el arte maravilloso, en especial en la literatura, la música y la magia, está la única salvación de la especie humana). Un brindis final, he dicho antes de tan largo paréntesis, para dar el toque teatral a mi suicidio, y el veneno más elegante y eficaz: cianuro de potasio. Nótese que el cianuro lo tengo desde hace algún tiempo, y su sola presencia me ha dado una alegría quizá algo enfermiza: soy feliz de saber que tengo mi medio de muerte, que sé lo que me va a matar y que yo mismo me lo administraré cuando lo desee, cuando me sienta preparado y cuando lo considere necesario y adecuado. Por propia voluntad!. ¿Alguien puede decir que sabe cómo morirá o cuándo? ¡Yo sí!
Al cianuro, le añadiré cloroformo, que me dejará inconsciente y, de esa forma, moriré sin dolor. Creo que es elegante y es mi última creación artística. Lástima que no lo verá ni presenciará nadie. En un futuro, debería permitirse que los suicidas no impulsivos, es decir, aquellos que mueren por voluntad y no por depresión, problemas o tristezas, puedan armar el ritual y el teatro y que se pueda ir a ver cómo se suicida esa persona. Sería una forma de arte harto curiosa.

En fin, dejo a la reflexión todo esto. NO se suiciden si no es su máxima y más profunda y verdadera convicción. Esos casos se dan muy poco cada siglo, y yo soy uno de los afortunados en tener esa convicción. Amo la idea de la muerte por mano propia. Espero que acepten que he hecho con mi vida lo que he querido y que soy feliz, auténticamente feliz, por reflexión profunda y sesuda y no por fanatismo o torpe desvergüenza. Soy muy inteligente, y eso lo saben quienes me rodean, y esta no es una decisión alocada, sino fríamente calculada, no soy un idiota quejumbroso ni un estulto ignorante: con mi inteligencia privilegiada, descubrí mi camino. Es todo. Entiendan mi decisión y sean felices al saber que morí feliz, haciendo exactamente lo que quería. Mi forma de ver el mundo no es común, pero deben aprender a abrir sus mentes a otras formas de concebir el universo, a otras formas de ver lo que nos rodea, y no solamente la estructura en la que fuimos educados, no solamente los estereotipos que nos han enseñado por siglos, las huecas y banales religiones que hablan mal del suicida. Miren más allá de todo eso, penetren en otras formas de ver el mundo, destruyan sus propias realidades y concepciones y aprendan a mirar con nuevas máscaras y nuevos ojos el mundo que nos rodea. No todo es como queremos o como nos lo imaginamos. Hay muchísimas formas de ver el mundo, Y yo solo planteo la mía, que no es mejor ni peor que otras: el suicidio como un arte, como una manifestación de la voluntad más poderosa, y como única forma posible de esa real manifestación. La voluntad de suicidio es mi camino y mi meta. Quizá no compartan este punto de vista (de hecho, sé que no lo compartirán y espero que no lo hagan, pues es mi vía personal y única, encuentren la suya propia), pero entiendan que, al suicidarme, soy completamente coherente con mi forma de ser, con mi manera de pensar, con mi propia esencia, con quien soy en realidad. Sepan que he realizado mi vida, y aprendan a ser felices por mí en ese aspecto. Viva la Vida, Viva la Muerte. Ambas son vacías, absurdas, son nada. Me perderé en el Absoluto, como una gota se pierde en el océano, como un grano de arena en el desierto. Me extinguiré y entraré en la vacuidad. Doy la espalda al mundo y dejo la nada a nadie.

Los amo.

Andrés Martín Castro Salazar
Popeye el Marino
Ángel de lo Estrambótico
Deo Duce Comite Ferro D.D.C.F.
Conde de Krutoy
Cornelius Nepos
Mago Magnalucius

Nada

Nadie