jueves, 4 de junio de 2009

UNA NOCHE DE TRABAJO DE UN MAGO

Magnalucius tuvo su primer encuentro con el arte de la magia a los seis años. Sus padres le regalaron por su cumpleaños un juego de magia infantil. Desde entonces, quedó fascinado con la belleza de esta técnica. Durante mucho tiempo fue un aficionado, aunque en algunas ocasiones poco entusiasta, pues no se dedicó enteramente.
A veces, la gente solía pedirle trucos con naipes, y le tocó aprender más. Tanto se metió, que terminó especializándose en la magia con cartas. Y comprendió que la verdadera magia está mucho más allá del simple truco. Cualquiera puede hacer un truco, una mago hace Magia. En un momento de gran crisis en su vida, con una depresión muy grande que tuvo, decidió dedicar su vida a este arte. La magia lo hizo feliz y podríamos decir que le salvó la vida.
Su rutina en bares y restaurantes comienza cuando se acerca a una mesa o aun grupo de gente. Cuando empieza a hacer sus efectos mágicos la gente se sorprende y en algunas ocasiones hasta se asusta. Encuentra fácilmente la carta escogida por un espectador, o hace que esta suba una y otra vez a la parte de arriba del paquete de cartas, a pesar de que la introduce en la mitad. Dobla un tenedor con el poder de su mente, o lee el pensamiento de una persona. A veces, pide prestado un billete y lo dobla. Luego, frente a los ojos atónitos del público, el billete empieza a moverse en su mano y luego flota sobre ella, sin ninguna razón aparente. Otras veces, detiene el reloj de un espectador, o hace que una moneda penetre un vaso de vidrio. Se lo ha visto comiendo un foco o haciendo que una moneda desaparezca de la mano de una persona, sin tocarla. Una de sus rutinas más sorprendentes es cuando introduce una aguja de plata en su boca y la saca por su ojo.
En su trabajo diario, Magnalucius hace muchos amigos, pues la gente siempre disfrutas de la buena magia. Trabaja de noche, así que puede dormir hasta muy tarde en el día. Su trabajo es jugar, divertirse y divertir a la gente. Él dice que la magia es el arte de hacer posible lo imposible. O, más simple aún, el arte de hacer felices a los demás.

jueves, 16 de abril de 2009

Apología del suicidio

Apología del suicidio

(Escrita entre el 25 de Agosto de 2005 y el 28 de Febrero de 2009)

Es una llamada constante que a veces vacila y otras es muy segura de lo que dice. Pero la constancia es su virtud principal. Algunos la acusan de cobardía, y en efecto, en algún caso aislado puede llegar a serlo, pero en otros es un arrebato extático que pugna por platear un desequilibrio gigantesco frente a otro desequilibrio descomunal de años de duración. Y se busca, por supuesto, plantear un equilibrio. Puede parecer forzado o draconiano, pero grandes inequidades necesitan drásticas medidas. Tal como Ayax Telamonio, que debió atravesarse son su espada, no por cobardía, sino como la única salida honorable frente a su doble desgracia: haber perdido las armas de Aquiles frente al patán de Ulises, y haber padecido la afrenta pública de la demencia. Para el primer asunto, pudo haber una solución, aunque luego de largas horas de meditar. Pero para el segundo, la única fue el suicidio. En efecto, la vida perdió cualquier sentido en el instante en que, por su enorme vergüenza, se halló en soledad absoluta. Esta separación infranqueable volvió imposible toda convivencia y, por lo tanto, toda posibilidad de vida. El solitario, tarde o temprano, busca la muerte, y no me refiero al cenobita o al anacoreta, sino al que busca la compañía de otros, sus semejantes, pero siempre se halla con la barrera que le impide tocar y sentirse tocado. Cuando toma conciencia de esta falta, cuando su deseo por ser comprendido aumenta y la comprensión disminuye aún más, surge el estado de soledad. Él no la busca, aunque ya se ha acostumbrado de alguna manera. Pero eso no quiere decir que exista una resignación. Es una constante búsqueda por romper la barrera, o hallar una falla en su estructura, y si estos intentos son vanos, entonces deviene la desesperación. Cuando la esperanza cesa, también la vida. Esta se convierte en un grito ahogado en el fondo de un abismo, un grito que nadie escucha. Y cuando estos intentos muestran a pobre fantoche en su mediocridad, cuando se somete al juicio del otro y es objeto de burla permanente, cuando se ve aquejado por la impertinencia de la lengua filosa, de la mente incapaz de comprender, del conjunto discriminador de lo extraño, estrambótico, circunspecto o excéntrico, es un duro golpe que acentúa el desequilibrio que ha venido forjándose por años de penitencia, en muchos casos sin culpa. Ante el sinsentido frente al cual Ayax se encontró, la espada fue la única solución, no escapatoria, sino solución.
¿Qué hacer cuando no se es comprendido por absolutamente nadie? ¿Cuándo te hallas solo, sin poder desahogar tus anhelos, tus descubrimientos, tus deseos, tus penas, tus tristezas, tus ideas, tus búsquedas, tus rabias? Todo eso es un cúmulo que explota, que hiere muy profundo y muy fuertemente. Ante ese desequilibrio que aumenta en cada burla, con cada negativa, con cada rostro impasible, con cada insulto, solo queda la medida radical. Una evolución truncada necesita una revolución, pensada, meditada, pero radical. Es cortar el aliento para hacer frente a una monotonía que encierra al alma y a la mente y al cuerpo inclusive en un círculo vicioso. Y de este tipo de círculos no se puede escapar sino rompiéndolo con un impulso que, para quien no comprende, puede parecer desesperado, pero que en realidad es la única esperanza verdadera. Cuando tu simiente se ha alejado, cuando tu máximo desarrollo vital se ve truncado y cortado de raíz por esta soledad que persigue y corroe por dentro y por fuera, solo la medida directa puede permitir el equilibrio, ergo, la muerte. Y es que. Si de un desequilibrio se pasa a otro, la vida sigue. Pero si el desequilibrio, en vez de neutralizarse con otros, sigue creciendo, solo el movimiento maestro del suicidio puede neutralizarlo, aunque eso implique el equilibrio final y no el movimiento de la vida. Pero, a fin de cuentas, ¿no es eso lo que todos buscamos? ¿No es hacia lo que nuestros juegos de desequilibrios apuntan? Quien lo hace con convicción, hace bien. Es menester, pues, saber que se o hace como la única medida útil y efectiva. Quien se suicida en estas condiciones, es feliz y llega a buen estado.
El hierro de nuestra sangre es el mismo que se halla en la tierra, o en las barras de metal. El calcio de nuestros huesos no difiere en nada del que se halla en la cal de las paredes. El ser humano es una mezcla de elementos que semejan la vida. Pero su final es ineluctable y absoluto: vuelve a ser elementos inertes, polvo que se mezcla con el aire. Sus sueños, aspiraciones, deseos, amores, ideales, no va a parara a ninguna parte. Desaparece y es todo. Cualquier visión teleológica del ser humano, cualquier deseo de hallar un sentido a la humanidad entera o a un solo individuo, están condenados al fracaso. No hay razón ni fin para una vida humana. Solo vacío.
Al final, todos seremos cráneos pelados y luego, polvo. Nada quedará de nosotros, todos somos iguales en ese sentido. Todos terminaremos siendo polvo y nada.
Si ese es nuestro destino final, ¿qué objetivo tiene una vida de dolor, de luchas, de esfuerzo? ¿Llegar a la vejez tras larga vida de empeños y afanes? ¿Para qué? ¿Para morir y ser polvo y azar y nada? Pero si eso seremos de todas formas. Pero es mejor no pasar por la vergüenza de la vejez.
Ante este punto, lo más elegante, lo más sublime y noble es la renuncia, renuncia a tener que trabajar por dinero, por lujos y placeres vanos que nada serán cuando seamos polvo. El suicidio es esa renuncia. He aquí otra razón más, pues: ante el sinsentido de la vida humana, que no es sino un esfuerzo tras otro para llegar a nada, la muerte por mano propia es la solución más lógica y precisa. Si no tiene sentido, la vida apunta a la nada. Y mejor es afinar esa puntería y llegar más rápido, para evitarnos las fatigas innecesarias de la vejes y el devenir. Perderse en la nada, en el olvido, y ser polvo por voluntad propia. Y he aquí otra palabra: voluntad. Pienso que el desarrollo máximo de la voluntad lleva necesariamente al suicidio. ¿Qué demostración puede existir que sea más soberana que decidir el momento, el instante, la hora, el lugar y la forma de nuestra propia muerte? ¿Acaso no es la misma voluntad la que impera en ese momento, imponiéndose al tiempo, al espacio, al azar, a la Providencia, el destino, dios o como queramos llamarlo? El hombre muestra el máximo don que tiene: la capacidad de decidir, el libre albedrío sobre su vida y su muerte. Cada quien decide si vivir o morir, y cuándo se siente preparado para recibir a la Parca. Cuando uno siente que ha llegado el momento preciso, no antes ni después, la muerte por mano propia es la más soberana: es oponerse a las supuestas leyes de los hombres y el universo, escupir en el rostro de dios, dar la espalda al mundo, mostrar el imperio de la voluntad en su máxima extensión. Casi se es un súper hombre, que transmuta los valores a su propio arbitrio y los lleva por un caudal distinto al de la sociedad. El profundo velar de la muerte, elegida en el momento oportuno. No una razón, más bien una sinrazón, un absurdo. ¡Un gran desequilibrio frente al absurdo de la vida! ¿No es tonto desvivirse, esforzarse, enlodarse en el estiércol del Universo, para al final terminar en la nada? Es la voluntad férrea la que nos lleva al suicidio. La voluntad de vida, muchas veces, es de otros, de quienes nos rodean, quienes nos impulsan a vivir, muchas veces por razones que nos son totalmente ajenas. Si uno mira en lo más profundo de sus ideales, se dará cuenta de que son lo ideales de otros: familia, trabajo, dinero, amor, éxito, triunfo, gloria, fama, grandeza, amistad, hijos, posesiones, amigos… ¡Qué horrible mirarse en el espejo y descubrir que nuestros anhelos vitales son en verdad de otros. Y que nuestros deseos les pertenecen y el dolor por no tenerlos, nos queda.
La esencia, que podría mirarse en ese espejo individual, es la Nada. Y deshacerse de todo ese juego de máscaras, alejarse del mundo de ilusiones, es algo que requiere la férrea voluntad del suicida. Rechazar esas visiones, esos mundos a los que se abren nuestros sentidos y nuestra mente, es muy difícil y requiere de un gran valor. Es extraño hallarse frente al abismo, a la nada que nos gobierna y quiere tragarnos, y no lo aceptamos. Volvemos a nuestras eternas máscaras, que son las que nos da vida, pues la hacen soportable, deseable, indispensable, necesaria. Pero, si tras larga meditación y soberana reflexión, las máscaras caen y el impulso que las arrancó fue tan fuerte que las destruyó, frente al vacío no queda otra cosa sino arrojarse a él. Ese es el Suicidio Supremo, cuando no quedan raíces ni suelo que pisar, asidero a la vida, en otras palabras.
El sinsentido es neutralizado con otro sinsentido; el absurdo equilibrado con otro igual, la vida y la muerte soberana, aquella que se decide y no la que nos llega de improviso. ¿Qué mejor que llamar, invitar a la muerte y ofrecerle una taza de té? Mejor que esperar sin esperarla, que nos caiga de golpe, que nos ataque desprevenidos en un accidente, en una enfermedad, en un azar o una casualidad. Romper eso y llamarla, desearla y atraerla, justo en el momentos que deseamos, en el lugar que queremos y de la manera que preferimos.
“Nadie conoce cuándo, ni dónde ni cómo morirá” Ese es el viejo adagio para el esclavo. El soberano decide cada una de esas instancias. No solo las decide: las crea, las construye y alimenta. Un último sentido/sinsentido dentro de la vida, quizás con la forma de un ritual propio, ejecución teatral en la que el suicida es el director, actor y único espectador. Un sentido estético que nadie más apreciará. Voluntad y soberanía: esas son las sustancias primordiales del suicidio. Solución frente al desequilibrio, la desesperación y la angustia que provocan el Vacío y la Nada. A ellos se ve impelido el solitario, pues tiene demasiado tiempo para reflexionar sobre el absurdo y el sinsentido de todo lo que nos rodea. Tras larga deliberación, la oportunidad más lógica que aparece, la mejor opción, el desenredo final, es el suicidio.
Nada queda por decir, sino que esta muerte es alegre, preparada, esperada y deseada. El solitario es llevado al vacío, el vacío lleva a la angustia y ésta, al feliz encuentro con la muerte perfectamente planeada. Solución: felicidad de imponer la voluntad en lo único en lo que vale la pena aplicarla: la propia vida y la propia muerte. El suicidio es la máxima muestra de un genial poder de decisión. Una decisión que pocos estamos dispuestos a enfrentar, mucho menos a tomar. El suicida es quien tiene la más fuerte de todas las voluntades[1].

Firmado, Cornelius Nepos,
Revisado y terminado el Sábado 7 de Marzo de 2009, a las 21h:44

Nada y vacío es lo que me esperan, y estoy gustoso de recibirlos.


[1] No tomo en cuenta al suicida desesperado por necesidades materiales o al fanático religioso, ni mucho menos al que quiere llamar la atención. El que busca huir, sin haber hallado el vacío, es un cobarde. El que busca solución al absurdo, hallando el Gran Vacío, es soberano, tal cual es la historia de muchos científicos cuánticos que, tras sus descubrimientos del universo, se hicieron monjes budistas, sufíes, místicos o se suicidaron. El suicidio es el resultado del místico.

jueves, 12 de marzo de 2009

NOTA FINAL

No se culpe nadie por lo inevitable. Eso es lo más importante: esta no es una decisión tomada en un solo momento de desesperación o tristeza, sino algo que llevo mucho tiempo maquinando. Desde hace más de quince años que la idea de acabar con mi vida ha estado presente, muchas veces con poderoso empeño y recta intención. Y ha sido mi deseo supremo, mi máxima prueba y mi más profundo anhelo desde hace por lo menos diez años. Tantas veces que me dije que me suicidaría antes de los veinte. Y no lo hice, tal vez por indolencia, miedo, falta de convicción, o simplemente porque luego sentí que no era el momento. Pero el deseo de auto aniquilación siguió, permanente, inseparable de mi esencia y de mi forma de ver el mundo. Esto lo digo para que nadie piense que es culpable: nada se pudo haber hecho para cambiar mi posición frente a la vida humana. Nadie debe pensar que me hirió, o que pudo haber hecho algo para evitar mi suicidio. Nada pudo haber hecho; ni palabras y actos bienhechores, porque simplemente mi deseo más profundo no se debe a un momento de angustia, todo lo contrario, la sola idea de mi muerte venidera me llena de regocijo. Deben saber, de una buena vez, que muero feliz, FELIZ!. Esta es una extraña felicidad que me embarga completamente, ante la sola idea de morir por mano propia, de hacer ejercicio de mi más poderosa voluntad: elegir el momento, el lugar y la forma de mi muerte, algo que considero que es la máxima expresión de la soberanía del ser humano sobre el azar. No hay ninguna palabra que pudieran haber dicho, ni un gesto o un acto. No hay ayuda que hubieran podido darme, por una simple razón: no necesito ni necesité ayuda de ninguna clase. Lo hago con la más poderosa convicción, pues creo que el suicidio es la más noble de las muertes, en especial si uno la escoge, no en un momento de desesperada tristeza o por problemas agobiantes, sino, por sobre todo, como un acto voluntario, un impulso de la verdadera voluntad, un acto filosófico que demuestra que se tiene la capacidad de escoger no morir por accidente, sino por mano y deseo propios. Es de capital importancia que nadie se eche la culpa de mis decisiones, que son lógicas y llenas de sentido, aunque tal vez con una cadena de pensamientos que no será fácilmente comprendida por quien no haya leído, investigado ni meditado sobre el vacío, la nada y el absurdo que rige toda existencia humana.

Una vez más: nada pueden hacer para que cambie de opinión, pues esta se ha forjado a lo largo de años de pensar y reflexionar, y no surge de un inesperado impulso. Mi suicidio es, quizá, lo menos impulsivo que he hecho en mi vida. Y, para demostrarlo, dejo claro que todo este tiempo lo he ocultado con excelente resultado, pues mis planes han sido meditados poco a poco. He decidido hacer de mi muerte lo que yo quiera, siguiendo la Ley de Aleister Crowley: Has lo que quieras, esa es la única ley. “El hombre tiene derecho de vivir según su propia ley, de vivir del modo en que quiera hacerlo, de trabajar como quiera, de actuar como quiera, de descansar como quiera, de morir cuando y como quiera.”
Entiéndase muy bien esto: deseo con toda mi alma ejercer mi libertad de morir cuando quiera y como yo lo desee. Mi trabajo fundamental de los últimos años ha sido perfeccionar el modo en que moriré, es la forma que yo he adoptado para actuar, descansar con la muerte y morir por mano propia. A lo largo de mi vida he buscado mil y un caminos de espiritualidad. He leído muchísimo sobre las diversas religiones, en especial el aspecto místico de estas. Me he unido a grupos de oración, a centros de meditación, a templos de alabanza como el hinduismo, he practicado artes marciales, he sido un cultor de la Magia Ceremonial, he estudiado la cábala, el Tarot, las Runas, las escuelas gnósticas, la Masonería. Ha sido una larga búqueda, y de cada una he sacado aquello que más me ha convenido o maravillado. Y siempre he llegado a la misma conclusión: Dios trabaja en el silencio, en la nada, en el vacío. La existencia es absurda y se centra en el vacío y la nulidad de todo trabajo. El ser humano vive una larga vida de torpe sufrimiento y torpe alegría, todo para llegar a ser polvo y nada más. Algún día moriremos, eso es lo único que podemos saber con total certeza. Y toda la vida de sacrificios y esfuerzos lleva a ese día en que la muerte aparezca, sin previo aviso. Y todos los años dedicados a vivir habrán resultado vanos e inútiles. Muchos dirán: pero el recuerdo que queda de tu vida es lo que importa. Pero yo digo: en cien años, nadie sabrá quiénes fuimos, en quinientos, nuestros nombres y nuestras vidas serán olvidados definitivamente. Pero alguien dirá: ¿y qué hay de quienes han hecho historia? Y yo digo: ellos no son recordados, lo que se recuerda es una imagen de ellos, una ilusión. Y alguien dirá ¿cuál es la importancia de ser recordado? Y yo digo: ninguna. Por eso mismo. La vida no tiene importancia alguna, es solo una mota de polvo en el viento, una gota perdida en un inmenso océano de absurdo. Entonces la muerte es la única vía verdadera. Y qué mejor que ésta no sea sorpresiva e imprevista, sino todo lo contrario: preparada de antemano, perfeccionada, estetizada, teatralizada, anticipada. Pienso que la nada que sobreviene a la muerte es lo que más deseo. Y prefiero que venga cuando yo lo decida, no cuando un fruto del azar lo proponga. Entiéndalo bien: mi muerte ha sido muy meditada, y es algo que me llena de felicidad. NO sean egoístas al llorarme. Es mi camino, mi decisión. Cada quien elige lo que desea, y yo he deseado la muerte por años. Sientan que me fui a otro país, a estudiar, o lo que sea. Pero entiendan que he hecho lo que he querido siempre, que realizo mi máximo deseo, mi más profundo anhelo. Sepan que muero feliz. Y sé que mucho me acusarán de egoísmo por matarme, pero entiendan que es el camino de mi propia vida/muerte, y que nadie más puede decidir sobre él, nadie más que yo. Y si mi partida afecta a alguien (cosa que espero, con gran ansia, que no sea), si ocurre eso, entonces será una prueba más, un peldaño en la vida de esa persona para que experimente el aprendizaje, es una experiencia de la cual deberá comprender lo mas importante: la vida apunta a la muerte, no importa si la deseamos o no. Y no digo que todo el mundo deba suicidarse, ese es un camino muy personal. Otras personas decidirán que su vida es importante y que deben vivir hasta que el destino, dios, o como quieran llamarlo lo decida. Y está bien. Pero mi muerte deberá ser una muestra de que la desaparición está en cada rincón de nuestra existencia. Es una lección de no aferrarnos a nada ni a nadie: cosas materiales, personas, vida, ilusiones, amor, deseos… todo desaparece con el tiempo. La vida está hecha de estos vaivenes y debemos aceptarlos tal y como vienen. En mi caso, acepto la vida como es, pero mi voluntad y mi pensamiento me dicen que debo aceptar mi propia realidad: la muerte por mi mano, el destino final de mi vida es el suicidio. Y eso lo he sabido desde niño (siempre supe que yo me mataría). A todos mis seres cercanos, familia y amigos: sus vidas las pueden encaminar hacia donde lo deseen, por favor, acepten que yo halla hecho lo mismo. Estén orgullosos de que haya realizado mi mayor deseo. Mi madre: te amo, y espero que entiendas que esto es lo que quiero y, aunque no lo compartas, entiende que es mi forma de pensar y sentir. Gracias a ti, la vida ha sido llevadera y solo por ti no reclamo ninguna injusticia, pues eres lo mejor que me pudo haber pasado. Pero mi mente es curiosa y me llevó a leer con asiduidad tanta filosofía del absurdo, que mis reflexiones me han revelado lo que para mí es la gran verdad: morir por mano propia es la mejor forma de morir, sin enfermedad o desastrosa agonía.

Cuánto admiro a los más grandes suicidas de la historia, y la maravillosa fuerza y el empuje que tuvieron. Algunos, por defender sus creencias, otros, por mostrar honor, otros, porque era una forma de demostrar su convicción: averigüen sobre ellos y podrán ver lo impresionante, lo épico de sus hazañas: todos se suicidaron por una gran razón: desde la mitología, en la que destacan Áyax Telamonio , Heracles (Hércules), y Roustán el héroe de Ferdusi. En la historia, quién puede olvidar a Sócrates, al gran Séneca, a Yukio Mishima, a Yasunari Kawabata, a los 47 ronin de la historia japonesa, a Tchaikovsky, y a tantos otros grandes hombres. En la literatura, los libros que mejor hablan sobre mi postura frente al suicidio, son El Árbol de la Ciencia, de Pío Baroja, en el que el personaje se suicida por razones perfectamente afines a las mías, o Caballos desbocados, de Yukio Mishima, en la que la escena de suicidio del protagonista es lo más delicioso que he leído en años.

Entiendan, pues, que mi muerte es premeditada desde hace años, y que he planeado meticulosamente cada detalle. No me mato por depresión, o por fanatismo ni nada. Tanto he leído que es imposible que alguien con mi conocimiento se vuelva fanático de una secta o religión. Es una conclusión, más bien, la que me lleva al suicidio: el hecho de saber que la muerte incidental es torpe, mas la muerte por mano propia, en el lugar y de la forma que uno desee, en el momento en que uno se sienta preparado, es elegante y pertinente. El hecho de saber que la vida no tiene razón de ser más que la muerte y la nada, y el hecho de aceptar aquel hecho y permitir que la voluntad sea la que decida definitivamente, más que el capricho del azar. Pienso que mi destino es demostrar que mi máximo poder reside en decidir la hora y la forma de mi propia muerte. No es el camino de todos, no es lo que todos deben hacer, esto es algo que solo yo debo emprender. Otros tendrán otros caminos: una familia, un trabajo. Yo tengo el suicidio. Y aquellos que pierden mi presencia, sepan que no es más que una lección: todo se desvanece, tarde o temprano, y debemos aceptarlo. La vida es una pérdida tras otra, y debemos aceptar ese hecho con serenidad. Yo lo hago. Lo acepto con la máxima prueba: renegar de mi propia existencia, deshacerme de lo único que en verdad tengo: la vida. Este es el desapego máximo, la demostración suprema de mi forma de concebir el mundo: la vida es aceptar lo que viene con serenidad, y aceptar perderlo todo, sin derramar una lágrima. Y eso es lo que hago: muero feliz.

La muerte me encanta: por eso colecciono cráneos y lo mejor de la literatura, para mí, son aquellos textos que se centran en la muerte. Y he sido cauteloso al escoger la mía: un ritual de Alta Maga Ceremonial para dar un toque estético, mi traje de mago, con túnica, para dar el toque esotérico; un brindis final, para dar un toque teatral al momento de beber el veneno (soy un esteta y creo que la única salvación posible para el ser humano no radica en la moral ni en la ética, sino en la belleza y la estética del arte. De hecho, en varias ocasiones, lo único que detuvo mi mano suicida, lo único que me mantuvo vivo, fue el deseo de leer buena literatura. Debo decir que en varias ocasiones, seguí vivo gracias a determinados libros, que me hicieron apreciar lo bello de la vida y la necesidad de vivir un poco más: el deleite de magníficos libros como En busca del Tiempo Perdido, de Marcel Proust, o los testos de Borges, Cortázar, Mishima, Cervantes, Shakespeare, las novelas de caballería, el Bestiario de Cristo o las novelas de Hoffmasnn, fue lo que prolongó mi vida en más de una ocasión. Esos libros, lo diré aunque suene cursi, salvaron mi vida muchas veces, pues no me suicidé solo porque quería terminarlos. Pienso que en el arte maravilloso, en especial en la literatura, la música y la magia, está la única salvación de la especie humana). Un brindis final, he dicho antes de tan largo paréntesis, para dar el toque teatral a mi suicidio, y el veneno más elegante y eficaz: cianuro de potasio. Nótese que el cianuro lo tengo desde hace algún tiempo, y su sola presencia me ha dado una alegría quizá algo enfermiza: soy feliz de saber que tengo mi medio de muerte, que sé lo que me va a matar y que yo mismo me lo administraré cuando lo desee, cuando me sienta preparado y cuando lo considere necesario y adecuado. Por propia voluntad!. ¿Alguien puede decir que sabe cómo morirá o cuándo? ¡Yo sí!
Al cianuro, le añadiré cloroformo, que me dejará inconsciente y, de esa forma, moriré sin dolor. Creo que es elegante y es mi última creación artística. Lástima que no lo verá ni presenciará nadie. En un futuro, debería permitirse que los suicidas no impulsivos, es decir, aquellos que mueren por voluntad y no por depresión, problemas o tristezas, puedan armar el ritual y el teatro y que se pueda ir a ver cómo se suicida esa persona. Sería una forma de arte harto curiosa.

En fin, dejo a la reflexión todo esto. NO se suiciden si no es su máxima y más profunda y verdadera convicción. Esos casos se dan muy poco cada siglo, y yo soy uno de los afortunados en tener esa convicción. Amo la idea de la muerte por mano propia. Espero que acepten que he hecho con mi vida lo que he querido y que soy feliz, auténticamente feliz, por reflexión profunda y sesuda y no por fanatismo o torpe desvergüenza. Soy muy inteligente, y eso lo saben quienes me rodean, y esta no es una decisión alocada, sino fríamente calculada, no soy un idiota quejumbroso ni un estulto ignorante: con mi inteligencia privilegiada, descubrí mi camino. Es todo. Entiendan mi decisión y sean felices al saber que morí feliz, haciendo exactamente lo que quería. Mi forma de ver el mundo no es común, pero deben aprender a abrir sus mentes a otras formas de concebir el universo, a otras formas de ver lo que nos rodea, y no solamente la estructura en la que fuimos educados, no solamente los estereotipos que nos han enseñado por siglos, las huecas y banales religiones que hablan mal del suicida. Miren más allá de todo eso, penetren en otras formas de ver el mundo, destruyan sus propias realidades y concepciones y aprendan a mirar con nuevas máscaras y nuevos ojos el mundo que nos rodea. No todo es como queremos o como nos lo imaginamos. Hay muchísimas formas de ver el mundo, Y yo solo planteo la mía, que no es mejor ni peor que otras: el suicidio como un arte, como una manifestación de la voluntad más poderosa, y como única forma posible de esa real manifestación. La voluntad de suicidio es mi camino y mi meta. Quizá no compartan este punto de vista (de hecho, sé que no lo compartirán y espero que no lo hagan, pues es mi vía personal y única, encuentren la suya propia), pero entiendan que, al suicidarme, soy completamente coherente con mi forma de ser, con mi manera de pensar, con mi propia esencia, con quien soy en realidad. Sepan que he realizado mi vida, y aprendan a ser felices por mí en ese aspecto. Viva la Vida, Viva la Muerte. Ambas son vacías, absurdas, son nada. Me perderé en el Absoluto, como una gota se pierde en el océano, como un grano de arena en el desierto. Me extinguiré y entraré en la vacuidad. Doy la espalda al mundo y dejo la nada a nadie.

Los amo.

Andrés Martín Castro Salazar
Popeye el Marino
Ángel de lo Estrambótico
Deo Duce Comite Ferro D.D.C.F.
Conde de Krutoy
Cornelius Nepos
Mago Magnalucius

Nada

Nadie